Homilía en la Misa Crismal 2021
Catedral Primada de Colombia
Queridos hermanos sacerdotes, fieles laicos y vida consagrada,
Esta Santa Misa Crismal, celebrada de manera anticipada, nos abre la puerta de la Semana Santa, y nos invita, como Iglesia en camino, a tener nuestra conciencia abierta para contemplar a Jesús en su misterio pascual, para escucharlo con fe, y para que así, la Pascua promueva en nosotros y en el mundo, caminos de conversión.
Acojamos la Palabra proclamada y el sentido de nuestra celebración desde dos claves: Fortaleza y renovación.
Fortaleza
Es una palabra que encontraremos en las oraciones durante el rito de Consagración del Santo Crisma y la bendición de los óleos. Porque los óleos destinados a la celebración de los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, la unción de los enfermos y el orden sacerdotal, son torrentes de la gracia de Dios, son presencia activa del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia.
Jesús en la sinagoga de Nazareth, después de proclamar la lectura del Profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a evangelizar a los pobres”, dice también: “Hoy se cumple esta palabra que acaban de oír”. En la persona de Jesús y con él, llega a plenitud la acción salvífica de la Trinidad Santa, en favor nuestro.
Hermanos sacerdotes, ministros de nuestro Dios, amados del Señor, el sacramento del Orden, que hemos recibido por pura misericordia de Dios Nuestro Padre, nos hace fuertes en nuestra fragilidad, nos hace valientes en nuestra natural cobardía, y nos envía a llevar la fortaleza, que el pueblo herido, confundido, desesperado requiere. Los sacerdotes humildes, alegres, misioneros, orantes y fraternos, podemos hacer mucho bien, somos artesanos del bien, tenemos la gracia actuante para servirle al Pueblo de Dios, para cambiar su ceniza en corona, para coronarlo de gracia y bendición, para levantarlo de la ceniza y ponerlo a caminar.
Los sacerdotes somos enviados para anunciar el evangelio de la vida, en medio de una pandemia que nos hace sentir vestidos de luto; somos ungidos y revestidos en Cristo, tenemos la misión de llegar a nuestras comunidades para cambiar su traje de luto en perfume de fiesta, estamos fortalecidos y elegidos para llevar el buen olor de Cristo, con nuestro testimonio cotidiano y con un ritmo de vida espiritual que, nos permita caminar con los hermanos en el retorno a la casa del padre, donde nos espera la fiesta del perdón, de la dignidad, de la reconciliación, del abrazo de la misericordia.
Los sacerdotes nos unimos con la Liturgia de la Iglesia, para irrumpir con cánticos de alabanza en medio del abatimiento y de la soledad de las familias. El Sacramento del orden nos da la fortaleza para coronar la vida de nuestro pueblo como pueblo sacerdotal, para llevar el perfume de la alegría de Dios nuestro salvador, y para cantar un cántico de Sión, aunque la pandemia nos haga sentir en el exilio.
Renovación
La renovación de las promesas sacerdotales nos exige docilidad al Espíritu Santo, adhesión a la persona de Jesucristo y servicio misionero en la misericordia del Padre. Renovemos, por tanto, nuestro ministerio sacerdotal en medio de los desafiantes cambios, del pluralismo, de los conflictos sociales que vivimos en nuestra región capital.
Necesaria renovación en los ritmos sacerdotales porque nuestras jornadas suelen ser muy recargadas de actividades, todas loables, todas importantes, pero siempre con el riesgo de la dispersión, del cansancio, de la fatiga y hasta del sinsentido de la vida y del ministerio. ¡Esta es la hora de renovarnos desde el Kairós del silencio contemplativo! un Kairós con prolongados momentos de oración, en ese combate íntimo en la relación con Dios, que nos permite descubrirlo presente en la realidad de la humanidad, para pasar de la autosuficiencia o del pesimismo a una renovada humildad que nos hace dóciles, que nos da el don de la autocrítica, que nos permite ver que nuestros planes aunque aparentemente perfectos y bien justificados, no siempre son los planes de Dios, porque los planes salvadores del Señor pasan por la locura y el escándalo de la Cruz. Nuestra ansiedad y nuestro acelere, encuentran serenidad en el silencio contemplativo, silencio y contemplación que, nos detiene necesariamente frente al crucificado, para confesar con San Pablo, “Estoy crucificado con Cristo y no soy yo, sino Cristo quien vive en mi”. Junto al crucificado nos volvemos discípulos y misioneros de la esperanza.
La necesaria renovación en nuestra comunión misionera, es una dura tarea que solo la gracia puede obrar en nosotros llevándonos a ser servidores unos de otros, no rivales ni competidores, ni vanidosos. Si estamos dispuestos a servir como sacerdotes del Dios altísimo, asumiremos la kénosis del Hijo de Dios, quien siendo de condición divina se abajó, tomando por amor la condición de esclavo, siendo el Maestro nos lava los pies, siendo el pastor se hace Cordero de Dios, sale de sí mismo para darse plenamente, amándonos hasta el extremo, y nos dice: “El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. La comunión misionera abre la puerta de nuestros encierros y convierte la sinodalidad no en una doctrina, sino mucho más, en una espiritualidad, en una ascesis y una mística caracterizada por la escucha, el diálogo, la gratitud y la valoración del otro a quien reconocemos siempre como un don de Dios para nuestra vida. ¡Vayan de dos en dos, ay del solo! “El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene.” Sinodalidad misionera: “Por la ruta discernida, sigamos caminando juntos para ser sal y luz.”
Renovación en nuestra austeridad: “La sobriedad y la humildad no han gozado de una valoración positiva en el último siglo. Pero cuando se debilita de manera generalizada el ejercicio de alguna virtud en la vida personal y social, ello termina provocando múltiples desequilibrios, también ambientales”. (Laudato Si No. 224). El Apóstol San Pablo en su intensa labor misionera, descubrió que, la vida austera al estilo de Jesucristo, nos proporciona una plena libertad, así lo manifestó: “Estoy plenamente acostumbrado a todo, a la saciedad y el ayuno, a la abundancia y a la escasez” (Fil 4, 13).La sobriedad vivida con gratitud, sin amargura, nos permite valorar lo poco que tenemos, evitar el desperdicio, nos enseña el compartir fraterno, nos enseña un nuevo ritmo que nos da felicidad y nos libera del consumismo, nos proporciona la riqueza de la sabiduría, para vivir sin pretensiones de acumulación indebida.” (Carta Pastoral a las familias). Bienaventurados los sacerdotes con corazón de pobre, porque serán más felices en su castidad, porque serán libres ante las seducciones del consumismo, pero sobre todo bienaventurados los sacerdotes renovados en la austeridad, porque comprenderán mejor el sufrimiento de las familias empobrecidas ahora más que nunca, un sacerdote con corazón de pobre pondrá toda su vida al servicio del Reino de Dios, asumirá los duros trabajos del Evangelio, propiciando una evangelización renovada con medios pobres.
Hermanos sacerdotes que la Santísima Virgen María y su casto esposo San José, sean nuestros compañeros de camino, nos sostengan en la alegría y fidelidad, que Santa Isabel de Hungría nos lleve al encuentro de los más necesitados y que esta Misa Crismal nos de fortaleza y nos renueve en nuestra vocación y misión para curar al Pueblo de la Arquidiócesis de Bogotá, que se nos ha confiado: “Llegue a ustedes la gracia y la paz de parte de aquel que es, que era y que vendrá, de Jesucristo el Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra. Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre.
¡A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén.
+Luis José Rueda Aparicio - Arzobispo de Bogotá
27 de marzo de 2021