Un nuevo amanecer un nuevo día, una semana que va a terminando y una semana que va a comenzando con un aliciente muy especial, celebrar las vísperas de una solemnidad muy bella, la Inmaculada Concepción de María santísima, nuestra madre. Todo colocado en sus manos.
Mañana será un día de descanso. tendremos este fin de semana larguito, pero con mucha fe y con mucha esperanza y, en las manos de nuestra Madre Santísima y del Señor, que vendrá a traernos los dones, de la fe, de la esperanza y de la caridad. Por eso nuestro corazón se dispone a recibir al huésped principal y más anhelado.
Este domingo trae una invitación a soñar un tiempo mejor. No es “ciencia ficción” o un triste optimismo que empieza y acaba en nosotros mismos. Es el tiempo de Dios y que estamos invitados a acoger como un compromiso y una opción de vida.
No permitas, Señor, que estos días pasen de manera rutinaria, sino que los asumamos como una oportunidad para cambiar nuestro día a día. Es el tiempo de Dios, es nuestro propio tiempo. Hoy sea un buen día para llenarnos de optimismo y de la esperanzade la verdadera convivencia que nos da el profeta Isaías —con todo lo que pareciera ser un imposible—: «Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor». Si lográramos en este tiempo que esto fuera una realidad, que pudiéramos tener esa convivencia, esa comprensión esa armonía y ese entendimiento mutuo, se cumpliría el sueño del Señor: traernos la paz, la armonía y la convivencia. Amén.
Un muy feliz y descansado y prolongado fin de semana.
PALABRA DEL PAPA
Hoy, segundo domingo de Adviento, el Evangelio de la Liturgia nos presenta la figura de Juan el Bautista. El texto dice que «llevaba un vestido de pelos de camello», que «su comida eran langostas y miel silvestre» (Mt 3,4) y que invitaba a todos a la conversión: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca» (v. 2). Predicaba la cercanía del Reino. En suma, un hombre austero y radical, que a primera vista puede parecernos un poco duro y que infunde cierto temor. (…) En realidad, el Bautista, más que un hombre duro es un hombre alérgico a la falsedad. Por ejemplo, cuando se acercaron a él los fariseos y los saduceos, conocidos por su hipocresía, su “reacción alérgica” fue muy fuerte. Algunos de ellos, de hecho, probablemente iban a él por curiosidad o por oportunismo, porque Juan se había vuelto muy popular. (…) Por ello, Juan les dice: «Dad, pues, digno fruto de conversión» (v. 8). Es un grito de amor, como el de un padre que ve a su hijo arruinarse y le dice: “¡No desperdicies tu vida!” De hecho, queridos hermanos y hermanas, la hipocresía es el peligro más grave, porque puede arruinar también las realidades más sagradas. (…) Juan, con sus “reacciones alérgicas”, nos hace reflexionar. ¿No somos también nosotros, a veces, un poco como aquellos fariseos? El Adviento es un tiempo de gracia para quitarnos nuestras máscaras —cada uno de nosotros tiene una— y ponernos a la fila con los humildes; para liberarnos de la presunción de creernos autosuficientes, para ir a confesar nuestros pecados, esos escondidos, y acoger el perdón de Dios, para pedir perdón a quien hemos ofendido. Así comienza una nueva vida. (Papa Francisco - Ángelus, 4 de diciembre de 2022)
ORACIÓN
Padre celestial, al escuchar la voz de Juan el Bautista en el desierto, reconocemos que Tu llamada a arrepentirse es urgente y necesaria. Perdónanos por las veces que hemos vivido en la vieja manera, en obras que no dan fruto.
Te pedimos la gracia de la verdadera conversión: que nuestro arrepentimiento no sea solo un sentimiento, sino un cambio visible en nuestro estilo de vida. Ayúdanos a producir frutos dignos de arrepentimiento, cortando con aquello que nos aleja de Tu Reino.
Cf. Reflexión del Evangelio escrita por Pbro. Ernesto María Caro
Dentro de nuestra preparación para la fiesta de Navidad y para la Navidad de nuestra vida, podemos ver que en el Evangelio de hoy aparece Juan el Bautista con su voz fuerte, clara y profética: ‘Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos’. Con este llamado el profeta no nos está llamando a un rito vacío, sino a una transformación real de nuestra vida. El bautismo que proponía san Juan Bautista no era una tradición más, sino era un signo de cambio, una decisión personal de volver el corazón a Dios.
Durante este tiempo de reflexión que nos propone la Iglesia, debemos ver si realmente estamos produciendo frutos de conversión o si solo nos hemos quedado con los ritos dominicales. Jesús criticaba a sus contemporáneos diciendo: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí’.
El Adviento nos propone un momento para revisar si la conversión se está realizando en nosotros, lo que significa hacer espacio para Cristo. Esto quiere decir que le estamos dando a Jesús el control de nuestra vida.
Es, pues, necesario aprovechar este tiempo de Adviento para que nuestra Navidad no sea una fiesta más como la de todas las demás fiestas paganas. La verdadera Navidad es celebrar el cambio, el antes de mi vida sin Dios y el después de su llegada. Es el nacimiento de Cristo dentro de nosotros.
Recuerda, la Navidad no se celebra con luces ni regalos, sino con un corazón convertido. Que el Señor encuentre en nosotros el camino recto, un hogar preparado y un corazón dispuesto a renacer con Él.

